En el corazón de Hanoi, Vietnam, hay un lago. Muchas calles conducen al lago y convergen en un círculo alrededor de él. Cuando llega la tarde y el sofocante calor del día abandona lentamente la ciudad, las personas comienzan a dar vueltas alrededor del lago con su motoneta. Una vuelta, y otra, y otra. No se dirigen a ningún lugar. A veces también doy vueltas alrededor del lago. Siento entonces el aire en mi cara.
Espíritu de principiante 🎣
El «espíritu de principiante» es un concepto budista dado a conocer en el mundo occidental por Shunryu Suzuki, un monje japonés que fundó el primer monasterio budista fuera de Asia. Según Suzuki, el «espíritu de principiante» es un estado espiritual abierto y ávido de saber, un poco similar al de un niño, quien, al encontrar algo nuevo, no lo juzga ni lo rechaza. En otras palabras, con el «espíritu de principiante» intentamos observar el mundo sin los prejuicios y supuestos que todos llevamos dentro de nosotros.
En una ocasión intenté enseñarle inglés a una clase de adolescentes especialmente reticentes. Se negaron explícitamente a hablar los unos con los otros. En el aula se respiraba un pesado aire de presión social. La salida de esta situación se dio por accidente cuando los alumnos descubrieron una caja de zapatos llena de títeres de goma para los dedos que había traído para mis alumnos de la primera clase. Cinco minutos después, el aula estaba llena de monstruos que atacaban a extraterrestres y de princesas que cautivaban a todos los presentes. Todo en inglés. No pude hacerlos callar.
¿Es esto lo que sucede cuando olvidamos seguir siendo nosotros mismos?
Tiempo para jugar 🏓
En mi primera clase de alemán, sentado en un aula en el sofocante verano berlinés, la profesora me pidió que leyera una frase en voz alta para todo el grupo. Me quedé mirando fijamente la primera palabra como si fuera un enorme mueble barroco. Me salió como un grito ahogado.
«Entschuldigung!»
Todos se rieron.
Mi libro de alemán era grande, pesado y azul. Cada día me sentaba la misma hora en un café para hacer mis tareas. Tanteaba las palabras para descubrir su sonido. Entschuldigung. Ent-schul-di-gung. Tantas, tantas «s» sonoras, tantos «Umlaute». A veces simplemente me quedaba mirándolas. Algunas de estas palabras eran tan largas que me veía obligado a separarlas con el lápiz. Dejaba encendida la radio como sonido de fondo. Aunque no entendía lo que decían, me gustaba acompañar las canciones publicitarias.
¿Nos hace felices hablar un idioma?
En ocasiones me pregunto si la presión de ser capaces de hablar reprime el deseo de aprender. Tengo un amigo que vive pensando que no sabe hablar alemán a pesar de vivir aquí desde hace mucho tiempo. Se avergüenza de ello y se siente inseguro. De vez en cuando me asaltan pensamientos parecidos. Aprender un nuevo idioma puede ser una experiencia que nos incomoda o incluso nos atemoriza. Pero sé que mi mejor momento (y también el de mayor fluidez) se da cuando juego con el idioma, cuando me río de mis errores y disfruto las nuevas palabras, en vez de avergonzarme de mi ignorancia.
Es así como intento aproximarme a idiomas nuevos: no como experto, sino como niño. Cualquier talento para los idiomas que pueda tener ha nacido de mi curiosidad y entusiasmo. Y el momento en que soy más productivo es cuando no intento ser productivo.
Ent-schul-di-gung.
Ent-schul-di-gung-gung-gung-gung-gung.
¿Nos hace felices aprender un idioma?
Todo el mundo quiere ser feliz, no hay que preguntárselo a Pharrell Williams. Según el Informe Mundial de la Felicidad de la ONU, los cinco países más felices son Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda y Suecia. En Estados Unidos el «pursuit of happiness», el aspirar a la felicidad, está incluso consagrado en la constitución. Esto implica que consideramos el sentimiento de felicidad como algo que puede ser alcanzado y logrado: un estado de nuestro ser.
Muchos filósofos acuden a otras palabras como «satisfacción», «florecimiento» o «vivir una buena vida». En los años treinta, el profesor de psicología norteamericano Abraham Maslow redujo la felicidad a una «jerarquía de las necesidades humanas». Estas se extienden desde las necesidades de primer orden, como la alimentación, la vivienda y la seguridad, hasta otras de un nivel mayor, como el afecto, la creatividad y la seguridad moral. Las personas que ascienden al nivel superior, el de la «autorrealización», pueden vivir intensos momentos de arrobo, o de comprensión, o de amor.
Mihály Csíkszentmihályi, un profesor de psicología húngaro especializado en el tema de la felicidad y la creatividad, dio el nombre de «flow» a este estado.
Actividad sin esfuerzo 🧘🏻♀️
Al escalar una montaña de gran altura tenemos que concentrarnos en la respiración. El aire se hace escaso. Cada paso se convierte en una inhalación o exhalación: adentro, afuera, adentro, afuera. El acto de caminar sigue un ritmo fijo. Se producen endorfinas y cuanto más avanzamos, tanto más sentimos como si estuviéramos en trance. Para algunas personas es una experiencia espiritual. Para otras, la sensación es como la de estar colocado. Caminar muchos días con los músculos doloridos es algo agotador. Por momentos se siente tan solo como un trabajo duro.
Pie izquierdo, pie derecho. Pie izquierdo, pie derecho.
¿Has intentado meditar alguna vez? Casi todos logran mantener la mente en blanco durante los primeros segundos, pero de inmediato empiezan a fluir los pensamientos. Puede ser muy frustrante. Pero ¿alguna vez has perdido la noción del tiempo mientras estabas arreglando el jardín, corriendo, dibujando o haciendo cualquier otra cosa que robara toda tu atención? ¿Recuerdas aún cómo te sentiste en ese momento? ¿O ya solo recuerdas cómo te sentiste después de él?
El concepto de «flow» de Csíkszentmihályi se halla estrechamente unido a la idea budista o taoísta de la «actividad a través de la no actividad» o la «actividad sin esfuerzo». La «felicidad» puede surgir perfectamente como un producto colateral de un estado de ese tipo, casi como un efecto secundario que acogemos en retrospectiva. ¿Fui feliz cuando estaba caminando en las montañas? ¿O es la felicidad –como la melancolía y la nostalgia– una especie de filtro de Instagram que aplicamos al pasado?
El lago
Damos una y otra vuelta más alrededor del lago Hoan-Kiem, un enjambre de vehículos de dos ruedas que se deslizan lentamente. El aire se ha enfriado. Sobre la superficie del agua danzan luces de neón y de farolas rojas. No tengo que concentrarme en la calle, ni en las motonetas a mi lado, ni en el acto de conducir. Le damos vueltas al ancestral lago, perdido en el suave resonar de nuestros motores.
Siento el viento en mi cara. Veo los reflejos en el agua. 🌊