Desde antes de quedar embarazada, mi esposo y yo decidimos que criaríamos a nuestros hijos de manera bilingüe (español e inglés en nuestro caso). La decisión no es un capricho, si bien hace doce años que vivimos en Estados Unidos, nuestro primer idioma es el español. Olivia nació hace 5 años, seguida por dos hermanos, Matías (3 años) y Lucas (9 meses) y en casa las conversaciones se desarrollan en español. Siempre quisimos darles una educación intercultural a nuestros hijos, queriendo que aprendieran primero la lengua materna y luego, a medida que fueran entrando a la escuela, aprendieran el inglés, convencidos de que esta es la única manera de asegurarnos que su primer idioma sea el español.
Hablar español en Estados Unidos
Más de una vez me han preguntado por qué quiero algo así para mis hijos si vivimos en Estados Unidos donde lo primordial es dominar el inglés. Las razones son muchas, pero principalmente, se trata de un tema de legado, para mí. La idea no es que nuestros hijos no aprendan inglés, eso por suerte creo que es inevitable donde vivimos, pero sí deseo que sean bilingües y que uno de sus dos idiomas sea el español, el idioma natal de sus padres y el vínculo más fuerte a su herencia argentina.
Es muy triste ver cómo parejas conocidas que viven en Estados Unidos y con raíces latinas, en su afán por aprender inglés, no les enseñan español a sus hijos, mezclan los idiomas o incluso suprimen el uso del español en casa. De esta forma los niños pierden la identidad cultural de su familia o incluso la capacidad de comunicación con sus padres o abuelos. Como dice el refrán “Si no sabes de dónde vienes, mucho menos sabrás para dónde vas”.
El bilingüismo es mejor para el corazón
En mi caso el idioma y la maternidad van de la mano. No por nada se llama lengua materna, porque es la mujer quien la transmite a sus hijos. Podría citar miles de investigaciones y estudios sobre los beneficios del bilingüismo, pero la verdad es que, para mí, el hecho científico es solo la cereza del postre. Sí me ayuda para justificar por ejemplo llevar a mis hijos los sábados a la “escuelita en español” en Queens y que pierdan cumpleaños, prácticas deportivas u otras actividades extracurriculares. Sin embargo, mi motivación en la crianza bilingüe no viene del cerebro, sino de mi corazón. Mi corazón necesita desesperadamente estar conectado a mis hijos. Mi corazón quiere verse reflejado en mis hijos.
Creo que no hay mejor manera para nuestros hijos de entender de dónde venimos que experimentando por ellos mismos nuestra comida, música, las costumbres, la familia y el lenguaje español que nos une como familia. Algunos ejemplos de cómo incorporamos el español en nuestra rutina diaria son: una vez por semana cocinamos empanadas, esto incluye además conseguir las tapas en un mercadito típico con productos de Latinoamérica. Uno de nuestros juegos preferidos es “veo, veo”, que consiste en elegir un color y que los niños adivinen qué es, este juego es ideal para viajes en auto o salas de espera. Y cada vez que un familiar o amigo nos pregunta qué traer de Argentina, pedimos libros en español para los niños.
Te regalo el español
“¿Me trajiste algo hoy?” me pregunta Olivia cuando regreso del trabajo. “Te traje una nueva palabra en español”, le respondo. Miramos juntas fotos familiares, conversamos sobre experiencias y personas especiales de nuestra vida. Hablamos sobre nuestras tradiciones y las celebramos. Esa es mi manera de enseñarle el orgullo por el español y nuestra cultura. El mensaje que les transmitimos a nuestros hijos es que hablar otro idioma es un regalo, algo de lo que deben sentirse orgullosos. En casa Olivia habla español conmigo, con su papá y con sus hermanos, pero juega por lo general en inglés, ya que asocia el inglés con actividades como jugar y aprender por el colegio.
El esfuerzo no consiste únicamente en que mis hijos aprendan a hablar español, sino también que aprendan a leerlo y a escribirlo. Que puedan comunicarse con sus abuelos, tías, tíos y primos en su idioma. Cada año el desafío es mayor, ya que entre hermanos comienzan a preferir hablar en inglés. El dominio del inglés se hace más fuerte cuanto más tiempo pasan en la escuela, y más amigos tienen. Por eso una vez al año viajamos en familia a Argentina, para que puedan practicar su español y además insistimos con la escuela de los sábados.
Reconozco que a veces estoy cansada y no quiero reformular en español lo que dijeron en inglés, pero creo que es una batalla que vale la pena luchar. Deseo que sean verdaderamente bilingües, con fluidez en ambos idiomas y especialmente, en ambas culturas. Por ahora me siento orgullosa cuando propongo leer un libro o mirar una película y Olivia me dice, “en español mami, en español”.