Lo que aprendimos de nuestros profesores de idiomas

Todos recordamos a nuestros mejores (y a veces, peores) profesores de idiomas. Mirando atrás, ¿cuáles fueron las lecciones más valiosas que nos enseñaron?

Los profesores son una parte muy importante de nuestra infancia, pero solo algunos consiguen un lugar especial en nuestra memoria una vez nos convertimos en adultos. El resto ya lo conocemos: recuerdos de juguetes que ya no se fabrican, sabores de helados, melodías de la radio y nuestro primer paseo en poni prevalecen sobre las personas que nos enseñaron a leer, a escribir, a tocar instrumentos, a sumar y restar, etc. El otro día durante la comida, algunos compis de trabajo y yo estuvimos compartiendo recuerdos de algunos de los profes de idiomas que cambiaron, para bien o para mal, nuestra manera de aprender para siempre. Si nos acordamos de ellos porque les adorábamos o les teníamos manía… eso solo lo descubrirás si sigues leyendo.

¿Son los profesores divertidos y dicharacheros los que siempre recordamos? ¿O son más bien los más estrictos y odiados los que no podemos olvidar?

GABRIEL de Brasil, recuerda a su profesor de alemán

Conocí al mejor profesor de idiomas de mi vida unas semanas más tarde de mudarme de São Paulo a Berlín. Era verano y estaba haciendo un curso intensivo de alemán en Neukölln de 17 h a 20 h. El profesor rondaba los 50 años, tenía el pelo canoso, largo y rizado, se vestía muy informal y tenía una voz muy grave y muy difícil de entender. La primera cosa que nos pidió en clase fue que hiciéramos una frase con la palabra “während” (durante). Después de que yo dijera mi frase, de tan solo unas 7 palabras, dedujo que yo era brasileño. Eso me sorprendió mucho. “Llevo haciendo esto mucho tiempo, puedo reconocer todos los acentos”, me dijo.

Al margen de su habilidad a la hora de reconocer los diferentes acentos y de poder simplificar estructuras gramaticales muy complicadas para que sus alumnos las pudieran entender, este profesor resultó ser también un gran músico. Invitó a toda la clase a uno de sus conciertos y, no solo fue una gran oportunidad para disfrutar de música en vivo, sino que también fue una buena ocasión para pasar tiempo con alemanes y practicar alemán. A veces incluso imprimía las letras de las canciones y las traía a clase para que pudiéramos seguir las canciones mientras bebíamos cerveza. Fue una experiencia genial.

Lección aprendida: Habla con tus profesores e intenta interactuar con ellos fuera de clase también. Quién sabe, ¡igual tu profesor es el Tom Wait de Kreuzberg!

KAT de Alemania, recuerda a su profesora de francés

Cuando tenía 15 o 16 años mi profesora de francés no me caía bien. Me daba siempre la impresión de que ella habría preferido enseñar español, y parecía como si nos tuviera un poco de manía solo por el hecho de ser su clase de alumnos de francés. Tenía la mala costumbre de hablar mal de algunos alumnos y además era de la opinión que “las estructuras gramaticales hay que aprendérselas de memoria”. Esto me frustró muchísimo y lo único que hizo es ayudar a que estuviera harta de aprender francés –o por lo menos, eso pensaba yo–.

Recuperé el interés por el idioma cuando empecé a trabajar con colegas franceses. Me frustré conmigo misma porque no lograba entender nada cuando mis compañeros hablaban “francés de verdad”. Todas las frases me parecían una palabra larga, complicada e inteligible. Entonces, en lugar de regodearme en mi incomprensión, decidí aprender francés, esta vez, de verdad. Volví al idioma que nunca conseguí aprender bien en el colegio… ¡con libros auditivos de Harry Potter! Conozco bien la historia, así que, a pesar de no entender cada palabra, entendía perfectamente el contexto. Poco a poco mejoré escuchando y comprendiendo y, gracias al aprendizaje con los libros que siempre me habían gustado, volví a aprender francés y, de paso, las historias de Harry Potter.

Qué es lo que aprendí: A veces tu profesor preferido puede ser un libro, una película o un género musical. Son los materiales de aprendizaje los que más te ayudarán fuera de clase y pueden formar parte de tu vida cotidiana. Así que encuentra algo que te encante hacer y hazlo en el idioma que quieras aprender.

GIULIA de Italia, recuerda a su profesora de francés

Estudié francés en el colegio como tercer idioma (el segundo fue inglés). ¿Que por qué francés? Bueno, la alternativa era aprender alemán para después ponerlo en práctica en los trabajos de verano (muchos alemanes pasan sus vacaciones cerca de mi ciudad); y yo quería ser “diferente”. Peor decisión de mi vida. No solo no conseguí un trabajo de verano en la playa como todos mis amigos, sino que de verdad me arrepentí de mi decisión cuando me vine a vivir a Berlín 15 años más tarde sin saber ni una palabra de alemán. Y es por eso que los niños no deberían tomar decisiones de este tipo…

En resumen: tuve la misma profesora de francés en el instituto, ¡pero no solo eso! ¡Era la misma profesora que tuvo mi madre! Y no solo era muy mayor (lo siento mamá, lo siento profe de francés) sino que además se acordaba perfectamente de la risa alocada de mi madre cuando tenía que pronunciar algo en francés. Yo, por desgracia para ella, tenía el mismo hábito.

Mi risa no solo me tachó de “la hija de”, sino que desde el primer día ya fui considerada una “agitadora”.

Los siguientes tres años fueron horrorosos: no me pude quitar el sanbenito de ser la niña maleducada de la madre maleducada, y nunca conseguí nada más que memorizar algunas reglas gramaticales. Gracias a eso, aprobé los exámenes, pero una vez me gradué abandoné el francés por completo. No fue hasta 10 años más tarde, cuando decidí irme a vivir a París por dos meses, cuando aprendí mucho más que en tres años de ir a clase de sudores fríos y agobios por no entender. Y todo gracias a hablar con la gente.

Mi consejo para los jóvenes estudiantes: No hay que concentrarse solo en las reglas gramaticales. No las uséis como el pilar del aprendizaje, no tengan miedo de cometer errores ¡y nunca vayan a un colegio donde los profesores cogieron manía a sus padres!

Ed de Inglaterra, recuerda a su profesor de francés

Me acuerdo perfectamente de cómo disfrutaba del espectáculo de las clases de francés durante la educación secundaria. Nuestro profesor solía entrar en clase de manera teatral y nos entretenía mucho ver cómo subía y bajaba de la mesa y movía las piernas con aires de bailarín. Después de 20 minutos o así sacaba unas 15 fotografías y nos mandaba construir una frase que correspondiera con la imagen. Lo malo es que, pese a la teatralidad y las ganas, siempre se trataba de la misma frase. Al poco tiempo, perdí el interés, las pocas frases que aprendimos no nos parecían muy útiles y la incipiente pubertad y la consecuente indiferencia hacia casi todo en la vida no pareció que ayudara.

El hecho de no entender ni memorizar la información no fue, ni mucho menos, lo peor. Mirando hacia atrás, me da mucha pena pensar que el francés nos quedara tan lejano, en su momento, a mí me pareció algo completamente ajeno e inútil para mí. Habría sido genial si, al menos, el profesor nos hubiera hablado en francés para por lo menos habernos hecho sentir la necesidad de entender. Más que nada, me habría gustado darme cuenta antes de la importancia de aprender un segundo idioma, ¡eso me habría ahorrado mucho tiempo más adelante!

Lo que me habría gustado saber entonces: La pregunta fundamental para mí en el cole era, ¿qué sentido tiene? Es imposible conseguir algo sin darle un sentido. Esto se tiene que conseguir a través de la propia motivación o gracias a los incentivos del profesor. Eso, en mi opinión, es lo más difícil de conseguir.

MARION de Francia, recuerda a su profesor de alemán

¿Habéis oído hablar de la novela “Las cuitas del joven Werther”? Es un libro escrito por Goethe en 1744 en una especie de alemán anticuado que, por su contenido, desató una ola de suicidios a través de Europa. Bueno, esa es la manera en la que yo aprendí alemán.

Imaginad un profesor viejo al cual le temblaba la barbilla y sin sentido del humor leyendo y releyendo el mismo libro hasta final de curso. Al final podía conjugar muchos verbos en pretérito, pero no podía mantener una conversación normal. Era bastante difícil encajar las palabras “alma” y “opresión del corazón” en diálogos espontáneos.

¿Qué le diría a mi profesor a día de hoy?: Dar clases no implica tener que torturar a los alumnos. No tiene sentido enseñar alemán con Goethe ni francés con Molière. ¿Por qué no usar historias o canciones modernas? Siempre se puede volver a los clásicos una vez se llegue a cierto nivel.

CRISTINA de España, recuerda a su profesora de inglés

Una vez tuve una profesora de inglés que no era inglesa. Bueno, una y más veces, ya que, cuando era pequeña, la mayoría de los profesores de inglés eran españoles y hablaban inglés más bien de forma regulera y con un fuerte acento.

Todo empezó el primer día de clase “Jelou, my name is Lola”. Mmm… vale, Lola, vamos a ello. Siendo sincera (y nada humilde) tengo que admitir que con 13 años mi inglés era bastante bueno, era una época en la que me creía muy guay por adivinar la letra de las canciones de series como “Blossom” o “Punky Brewster”. Mientras hacía esto en casa por diversión, en clase aprendíamos los colores y el pretérito perfecto por octava vez.

Los exámenes eran muy de “fill in the gap” y nunca estudié de verdad. Era una adolescente y las clases de inglés, por suerte, eran un problema menos en la complicada vida de una teenager. Cuando nos daba los resultados, la profesora iba mesa por mesa comentando en alto las notas de cada uno. Cuando llegaba a mi mesa solía decir, “Cristina, muy bien, pero vives de las rentas”. No hace falta decir que en esa época yo no sabía ni lo que quería decir con eso…

¿Qué consejo le daría a mi versión teenager?: Si eres bueno en algo, no dejes que un profesor sin mucha inspiración te desmotive. ¡Siempre se puede mejorar más y afortunadamente nunca es tarde para eso! Hazte un favor y no seas tan vago/a como el profesor.

JOHN-ERIK de EE. UU., recuerda a su profesora de español

Cuando empecé a aprender español con 12 años me propuse prestar poca atención y hacer el mínimo esfuerzo posible, el colegio en sí ya era muy duro como para tener que centrarme en otra asignatura más. Mi plan estaba funcionando a las mil maravillas hasta que llegué al tercer curso de español. Con dos años de español de mentira a mis espaldas, no estaba nada preparado para enfrentarme a una profesora de español seria. Además, era casi casi una bruja (exceptuando la piel verde y el sombrero en punta): se reía de los estudiantes, gritaba más que hablaba y todo el mundo la temía. Adicionalmente, debo de admitir que fue la profesora de español más efectiva que he tenido nunca. Comparados con ella, los demás profesores fueron solo amateurs. Su método era bien sencillo: solo nos hablaba en español y si tú no hacías lo mismo, te ridiculizaba delante de toda la clase sin piedad.

Era una clase muy estresante y fueron precisamente esos nervios los que me llevaron a mejorar y los que me motivaron a aprender para saber de qué hablaban en clase. Nunca dejé los deberes sin hacer e incluso encontré un vecino con quien hablar español los domingos porque me daba vergüenza que mi profesora me ridiculizara delante de todos mis compañeros. Lo pasé muy mal y en cuanto tuve opción de cambiar de profesora, lo hice y volví a la tranquilidad de las clases facilonas sin esfuerzo. Mirando atrás, esto fue una terrible decisión.

¿Qué consejo le daría a mi yo jovenzuelo?: Tienes que tomarte el aprendizaje de idiomas un poco en serio si quieres ver resultados. Yo necesité tener a la profesora más terrorífica de todo el distrito de Los Ángeles para espabilar y aprender algo, pero si lo haces bien, podrás tener la gran oportunidad de aprender un idioma sin tener que estar motivado por el miedo.

¿Quieres ser tu propio profesor de idiomas?
Prueba Babbel gratis aquí
Compartir: