Ilustraciones de Mateo Correal
Los argentinos somos, en su mayoría, hijos de la migración europea que entre 1860 y 1955 llegó a nuestras tierras en busca de un nuevo futuro y se encontró con diversos grupos étnicos, a veces desplazados y a veces no, como los criollos (hijos de españoles nacidos en territorio argentino), los pueblos originarios y los africanos trasladados forzosamente. Para mí, nuestros nombres, costumbres, rasgos, nuestra argentinidad e incluso nuestro idioma son el resultado de un sincretismo cultural que se dio desde que Argentina nació como país. Se puede decir que cada argentino tiene la historia mundial grabada en su árbol genealógico.
Mis raíces, mis costumbres
De chiquita, me gustaba que me leyeran cuentos, pero más me gustaba que me contaran historias de mis bisabuelos y mis tatarabuelos. Eran historias surrealistas, lejanas en tiempo y contexto, de lugares diferentes, de países a los que todavía no viajé. Por mi nombre deben pensar que mi ascendencia es en su mayoría alemana, pero no es así. Tengo tanta ascendencia alemana como italiana, como española y lituana, sí incluso lituana.
Los italianos
Mi bisabuelo Ambrosio Prati, vino de Milán, Italia, a Buenos Aires en 1907 con su mamá y sus hermanos, en un momento en que la ciudad estaba compuesta por casi un 60 % de inmigrantes. Para mantener a su familia, empezó a trabajar de changa (trabajo temporal, informal, como para hacerse algunos pesitos) durante el día y a ser boxeador de peso pesado durante las noches. Tengo posters de sus peleas, parecen salidos de películas de Clint Eastwood, pero no son ficción, son parte de mi historia. Tal parece ser que le fue muy bien con el boxeo, tanto así que consiguió comprar una casona en el que ahora es el barrio de Palermo, para su madre (que era partera) y sus hermanos.
Con el paso del tiempo la casona se convirtió en el hogar de los Prati y en una maternidad. Él decidió en ese momento que su labor en Buenos Aires estaba terminada y migró. ¡Sí, nuevamente! Solo que esta vez, a la provincia de Chubut, particularmente a General Mosconi, a trabajar en los yacimientos de petróleo de la Patagonia que recién estaban comenzando a explotarse. Trabajando allí y viviendo en el pueblo que se creó aledaño a este, conoció y se enamoró de una chica de ascendencia lituana, su apariencia casi albina y sus rasgos de Europa del este todavía se cuelan entre la sonrisa de mi abuela, porque claro, esta mujer fue mi bisabuela.
Los lituanos
Ana Zukas nació en 1907 en General Mosconi, Argentina, pero dos de sus once hermanos eran lituanos provenientes de Vilna. Su mamá y su papá, mis tatarabuelos, eran ambos lituanos. Vinieron en un barco que desembarcó en Buenos Aires, pero solo se quedaron allí dos días, hasta tomar una locomotora al sur e instalarse en unas tierras cerca de Mosconi. Ella fue a la escuela en este pueblo que se creó alrededor de un yacimiento petrolífero y fue fuente de trabajo para muchos inmigrantes, los “nuevos argentinos” que fueron a la Patagonia.
Su familia, construyó una pensión y un restaurant en Diadema Argentina, un establecimiento rural, con casitas de pinta europea, que quedaba a unos kilómetros de Mosconi. Ella y sus hermanos trabajaban en el emprendimiento familiar. Un día, Ana estaba de recepcionista junto con su hermana, Eva. Vinieron dos huéspedes italianos, Lino y Ambrosio, a pasar unos días hasta instalarse en Mosconi finalmente y trabajar ahí en el yacimiento recientemente descubierto. Ellas los ficharon, ellos las ficharon. El final es el comienzo de otra historia, en la que Lita, su hija es la protagonista.
Los españoles
Mis ancestros españoles vienen de parte de la familia de uno de mis abuelos, Antonio “Tito” Daroca. Mi abuelo nació y fue criado en Trelew, Chubut, y también sus padres, pero los padres de ellos no. Recorrieron miles de kilómetros desde España hasta terminar haciendo de esta ciudad su lugar. Ascensión Badillo era hija de una argentina de familia española y un inmigrante proveniente de Alberite. Esta humilde familia de migrantes se dedicó al comercio en la ciudad desde que llegó a Chubut. Francisco “Quico” Daroca vino del mismo pueblo que el padre de Ascensión. También existe un pueblo con nombre homónimo a su apellido, probablemente sus ancestros hayan venido de ahí también.
Recuerdo en mi infancia, que siempre le llegaban cartas invitando a Tito de visita, pero por alguna razón, nunca viajó a España ni a ningún lugar de Europa. Era un hombre patagónico que se dedicó al comercio y disfrutaba recitando poesías de Lorca de tanto en tanto mientras tomaba un whisky y me contaba historias de un lugar donde nunca vivió como si las hubiese vivido en carne y hueso. Ya en Trelew y en sus veintitantos, conoció a una mujer casi albina, que venía de los yacimientos de Comodoro, General Mosconi, su nombre, Lita, casi combinaba con su ascendencia lituana.
Los alemanes
Mi Opa (abuelo en alemán), Carlos Müller, vino de Hamburgo con su familia en 1924, con tan solo dos años y medio. Se instalaron en Quilmes y fueron techistas. Cuenta la leyenda que hay una firma de ellos en una fábrica de cerveza argentina clásica, porque fueron los constructores del techo. De Quilmes pasaron a Ballester y de Ballester a Munro cuando mi Opa abrió su aserradero en la esquina de Sívori y otra calle que ya no recuerdo. En esa casa se crió mi papá, pero un tiempo antes se conocieron con mi Oma (abuela en alemán) Haydée Bertilotti. Una mujer de ojos negros intensos hija de cordobeses de familia inmigrante. Haydée fue a vivir a los 17 años a Buenos Aires, como criada de una familia de la comunidad alemana de Martínez. Un día hubo una fiesta de la colectividad, ella fue como acompañante de la familia y ahí se conocieron con Carlos. Flechazo. Se casaron al poco tiempo y enseguida tuvieron a Oscar Alberto Müller.
Mi madre
Ana Daroca migró de Trelew a Buenos Aires a sus 17 años, estudió medicina. Conoció a un pelirrojo hijo de inmigrantes alemanes, Oscar, mi papá.
Mi padre
Oscar Alberto Müller era hijo de un techista alemán, pero estudió medicina. Cuando se recibió conoció a Ana, hija de migrantes españoles, lituanos e italianos, se casaron y tuvieron una sola hija juntos: yo.
Gretel
Yo soy Gretel Müller, tengo los ojos negros intensos como mi Oma, según cómo me dé el sol soy pelirroja o soy un poco castaña. Nací en Buenos Aires, viví en Trelew en mi adolescencia y volví a Buenos Aires a los 18. De chica solía hablar alemán con mis abuelos, se me fue olvidando de grande, pero hay palabras que me llevan a mundos que conocí y galletitas de jengibre que son mi máquina del tiempo a la infancia. De los lituanos heredé saber tirar las cartas, sus vecinos rumanos le enseñaron a mi bisabuela y ella me eligió a mí para continuar con su legado. De los españoles, tengo conocimientos de las recetas de tuco y saber también jugar bien al truco. De los italianos, siento que tengo poco, aunque debería poder encontrar más.
Soy argentina y me siento de todos lados. Feliz de encontrar diversidad en la cultura y en mis rasgos, aunque me gustaría poder tener más. ¡Si es que eso fuese posible! Algún día, tengo ganas de conocer todos esos lados de donde vinieron mis ancestros, tal vez místicamente sean lugares de los que ya me hablaron y no sean lejanos, sino mundos que conocí a través de mi legado.