Ilustración de Eleonora Antonioni
El cambio de personalidad y la locura transitoria suenan bastante serios, ¿verdad? Bueno, mi profe de inglés nos repetía constantemente que “aprender otro idioma te cambia para siempre”. Aunque se tratara de un incentivo desesperado de hacer que nos interesáramos por su materia, yo creía de verdad en esas palabras. Sí yo, quien citaba oscuras frases de Buffy, la cazavampiros y quien trataba las letras de las canciones de Alanis Morissette como si fueran palabras de los dioses. Después de todo, sin un conocimiento básico del inglés no podría haber hecho todo eso y mis amistades imaginarias no habrían florecido de la manera en que lo hicieron.
Luego conseguí convertirme en un adulto responsable (creo) y viví de primera mano las ventajas que implicaba el hablar otro idioma: ligar con chicos exóticos (mientras seguía usando frases para ligar de Buffy #foreveralone) e involucrarme en cotilleos de la oficina que antes no podía entender.
División de uno mismo con el cambio de personalidad
Aprender inglés de verdad afectó a mi rutina, pero ¿de verdad me cambió tanto? No, no hasta que me vine a vivir a Alemania. En Berlín empecé a hablar y escribir 10 veces más en inglés que antes (¿y por qué no en alemán? Le echo toda la culpa a los chicos exóticos mencionados anteriormente). Cuanto más lo hablaba, más se convertía en realidad la profecía de mi profesora, de manera extraña. Y no era solo yo el que cambiaba, sino que mi yo-hablando-inglés y mi yo-hablando-italiano eran dos personas completamente distintas.
Cada vez que me sentaba a escribir en mi lengua materna, sentía que una manta oscura cubría mis más alegres intenciones y me hacía escribir una forma de poesía “pseudoemo” crepuscular. Cuando releo mis antiguos posts me imagino a mí mismo en un sótano semioscuro, bebiendo vino barato y haciendo play back con la canción “I dreamed a dream” de Les Miserables, poniendo especial énfasis en la parte que dice “My life has killed the dream I dreamed” (por supuesto, la parte del vino barato es lo único que es verdad, de hecho me estoy sirviendo una copa ahora mismo).
Cuando escribo en mi blog en inglés es algo completamente diferente. Siento como si mi mente volara al galope de una alpaca, deslizándose entre arcoiris y teniendo un subidón de azúcar provocado por una tarta de boda de 6 pisos. No sé qué es lo que este idioma provoca en mí, pero estoy seguro de que el lector ocasional piensa que le doy a la coca.
Y de verdad que es muy extraño —esto del cambio de personalidad— ¿pero no es el mundo online ya muy extraño de por sí? Todos buscamos fondos de pantalla raritos o “googleamos” nuestro nombre para asegurarnos de que somos los mejores de entre nuestros homónimos y desarrollamos relaciones ilusorias con gente encontrada de forma aleatoria en LinkedIn. Sí, esto es así. Mi bipolaridad bloguera estaba más o menos controlada hasta el día en que me di cuenta de que el mundo offline también estaba afectado. Empezó a manifestarse en varias situaciones sociales, sobre todo en las más estresantes, véase, en las fiestas.
El persistente estado vegetativo en las fiestas
¿Cuál era el antónimo de el alma de la fiesta? Ah sí, ese soy yo en las fiestas de habla italiana. Llego a la casa donde se celebra, normalmente movido por la culpa de haberme perdido los anteriores eventos sociales. Generalmente me visto de camuflaje, para poder fundirme con mis amigas las plantas y que nadie se dé cuenta de mi presencia, siempre cuidadoso de no establecer contacto visual con extraños, siempre callado como un muerto a no ser que se acaben las cosas de picar y que tenga que pedir que rellenen los cuencos de patatas fritas. Soy el persistente estado vegetativo en las fiestas y cada palabra italiana que tiene el valor de salir de mi boca parece tremendamente pesada y fuera de lugar.
Curiosamente no me pasa lo mismo con las fiestas de habla inglesa. No tiene nada que ver con la gente o con mi nivel de manejo del idioma; es solo que me siento más libre, más divertido e incluso más cerca de pasármelo bien de manera sobria cuando hablo inglés.
“O estoy poseído por el diablo o estoy loco”, empecé a pensar cuando me cuestioné mi salud mental. Imaginé que mis personalidades se iban alejando la una de la otra más y más con el paso del tiempo, hasta el momento en el que Spencer Glinston (el nombre de mi yo inglés) insistiera en ponerle piña a la pizza, traumatizara mi yo italiano para siempre y me llevara al colapso mental.
No estaba loco con el cambio de personalidad… creo
Afortunadamente, en mitad de mi delirio topé con este interesante artículo de New Republic. Durante las últimas décadas los científicos han estudiado si hablar diferentes idiomas nos hace intrínsecamente diferentes. A finales de los 60, Susan Ervin testó un grupo de mujeres japonesas que vivían en EE. UU. y les hizo una serie de preguntas en inglés y en japonés. Cuando las mujeres contestaban en japonés, daban respuestas conservadoras, propias de la mismísima Betty Draper, mientras que las respuestas en inglés eran más propias de camioneros anarquistas que lanzan cócteles molotov a los coches por pura diversión (AVISO: esto es una interpretación libre del test influenciada probablemente por demasiado vino barato).
Se realizaron varios estudios más en relación a este tema y todos parecían sugerir que la personalidad o actitud de las personas bilingües o trilingües solía cambiar sutilmente dependiendo en el idioma que hablaran en ese momento, pero no se sabe por qué. ¿Se tratará quizás de algo inherente a cada idioma —como sugiere el artículo— o tendrá algo que ver con las circunstancias diversas en las que se hablan esos idiomas? Hay muchas cosas que yo no he vivido en mis primeros 26 años en Italia; es decir, nunca he pedido un aumento en italiano, nunca he solicitado una tarjeta de crédito en italiano, no he debatido sobre las dudosas instrucciones de IKEA, ni he dimitido de un trabajo; nunca me he disculpado por perder las llaves de alguien y casi matar (sin querer) a sus gatos; nunca he ganado un concurso en un bar y, sorprendentemente, nunca he dicho “te quiero” en italiano.
Puede que los idiomas no tengan superpoderes después de todo, y que no sean los términos que dominamos los que dan forma a nuestras personalidades. Puede que tengamos todo el Diccionario Oxford en nuestra cabeza, pero una lengua solo tendrá un verdadero impacto en quiénes somos cuando nos volquemos ante los oídos de alguien que está dispuesto a escuchar, reaccionar y responder en ese idioma.