Ilustraciones de Elena Lombardi
Una vez, hace mucho, mucho tiempo, no existían los supermercados tal y como los conocemos hoy día. La gente iba a droguerías y pequeños comercios que olían a especias y a caramelos de menta, se apoyaba en el mostrador y, con la lista de la compra en mano, recitaba con calma todo lo que necesitaba, mientras el tendero se lo servía amablemente.
- “Dos litros de leche”
- “Cinco vainas de vainilla”
- “Una tarrina de nuez moscada”
Y el tendero, el cual quiero imaginarme con un gran bigote blanco y un delantal, se movía con gracia entre los estantes del almacén mientras preparaba la bolsa de la compra a la vez que mantenía una agradable conversación.
Buenos tiempos, ¿verdad?
Casi casi nos parece estar viendo la luz filtrada a través de los tarros de cristal rellenos de café o de azúcar, en medio de un silencio solo disturbado por los clientes y por el tendero.
Qué calma, qué relax, qué felicidad, ¡qué tiempos!
Ahora interrumpid vuestro sueño y volved a la realidad. Visualizaros dentro de un supermercado moderno: música, pasillos repletos de productos de todos los tipos, colores fosforitos que atraen nuestra atención y dañan nuestros ojos, carritos de la compra, ruidos molestos, gente con prisa, casi agresiva… ¡pero ahora las oportunidades no han hecho más que multiplicarse!
Y si te planteo llevar esta situación al extremo, ¿qué diríais?
Vamos a reflexionar un poco sobre las buenas conductas en el supermercado. Hemos investigado cómo actúan diferentes países y queremos reafirmar el famoso dicho “allá donde fueres, haz lo que vieres”. Hemos hecho una lista de las cosas que molestan a las diferentes nacionalidades y nos hemos inventado un supermercado imaginario donde pasa de todo (entre nosotros, mejor no involucrarnos, el ambiente está bastante tenso… ¡todos están enfadados!).
Los italianos no pueden tolerar la idea de que alguien ose tocar la fruta o la verdura sin guantes de plástico, si no, ¿para qué están los guantes ahí?
Un poco más adelante está la carnicería, donde los españoles se cabrean si alguien se ha olvidado de coger su numerito, o si hace como si se hubiera olvidado, ¿para qué están los números que indican el turno?
Ya están todos bastante nerviosos, pero no es hasta la zona de cajas donde la situación se convierte en explosiva… ¡Atención! Si queréis continuar, de aquí en adelante os quedáis solos ante el peligro…
El alemán está impaciente porque hay cinco personas en la cola y ninguno de los trabajadores del supermercado hace nada por abrir una nueva caja ¿O sea? ¡Si ya ha sonado la campanita tres veces! (En algunos supermercados alemanes hay una especie de campanita colgando del techo a poco más de un metro de la caja y con un cartel que dice algo parecido a “Si la cola llega hasta este punto toca la campana para que se abra otra caja”).
En frente a él, un inglés muy serio ve a una señora española de cierta edad que tiene la clara intención de saltarse la cola y cómo nadie hace nada para evitarlo.
Los ingleses se ponen muy nerviosos ante tan solo la idea de que alguien que vaya de listillo quiera saltarse la cola. Es una cuestión mental más que otra cosa. Pues eso, la señora, con la excusa de que es una anciana, termina colándose porque a todo el mundo le da demasiada vergüenza impedírselo. ¡Vaya, hombre!
Por otro lado encontramos a una brasileña que se está enfadando más y más por momentos: “A ver, explicadme de una vez por todas por qué pone ‘caja rápida / máximo 10 artículos’, ¡si todo el mundo está haciendo la compra mensual!”. “Bueno, está bien, tranquila amiga”, le dice el italiano, mientras ve por el rabillo del ojo como alguien espía lo que ha metido en su carro… ¡Pero bueno! ¿No estará intentando robar los ingredientes de la receta secreta heredada de la tatarabuela? ¡¡Sacrilegio!!
Veamos qué sucede en la cinta de la caja número 1: un señor sueco está muy enfurruñado (aunque por fuera parezca imperturbable) por la terrible montaña de artículos, donde están mezclados fruta, verdura, latas y cualquier cosa imaginable del que va delante, que se ha propuesto desafiar a la física. ¿Es que acaso no sabe que los productos tienen que ponerse uno a uno en fila india?
No se deben superponer, ni pegar unos a otros, ¡ni tumbar para que quepan más!
Por no hablar del cliente alemán, que ya bastantes problemas tiene con no poder dejar ni tan solo uno de los productos que quiere comprar en la cinta, porque carece del separador entre el tipo que va delante y él. Antes que poner su comida en la cinta sin separador, el alemán preferiría hacer malabarismos con el jabón y el pan.
¿Y qué decir de la cajera que le ha caído simpático el inglés y le llama cosas como “sweetheart” mientras le pide el carné para ver si tiene la edad necesaria para comprarse una cerveza? ¡Tú me dirás!
¡Y pensad por un momento en el francés arrinconado al final de la caja metiendo las cosas rápidamente en la bolsa porque el siguiente cliente ya está pagando! ¿Qué fue de las cajas espaciosas donde daba tiempo a todo? Ahora hay que dejar la caja libre en cuanto uno termina de pagar porque en seguida pasa el siguiente… ¡Inconcebible!
¿Estáis preparados para buscar la salida? ¿Habéis sobrevivido?
Pues saludad a Malcom y suspirad de alivio: este supermercado, afortunadamente, no existe en la realidad. ¡Lo bueno es que ahora conocéis perfectamente las manías de cada uno y podéis estar preparados para todo!
Malcom es una figura ficticia casi legendaria de los supermercados británicos inventada por el cómico inglés Lee Evans: no tiene un papel muy definido, pero se dedica a reponer las baldas y a limpiar los pasillos. Realiza su trabajo con obsesiva repetición y no para ni un segundo, sin preguntarse ni por un instante si lo que hace tiene sentido o no.