Gran parte de nuestro lenguaje cotidiano tiene sus raíces en subculturas. Con el auge de las redes sociales, los límites entre la subcultura y la cultura oficial se están difuminando cada vez más, ya que la jerga dominante ha absorbido numerosas palabras y frases populares de las comunidades alternativas. Pero ¿esta terminología pertenece a las comunidades que la crearon? ¿Cuál es el límite entre la evolución natural de las lenguas y la apropiación cultural? La respuesta es difícil de encontrar, pero intentaremos acercarnos al meollo del asunto.
Yas Hunty, Drag Them
Gracias a la popularidad alcanzada por programas de televisión como Ru Paul’s Drag Race y Queer Eye, la jerga LGBT+ ya no es solo para queers y queens. Pero cuando celebras el ascenso de un amigo gritando «Yas kween» (Yes, queen!), inadvertidamente estás invocando una rica historia cultural marcada por el ostracismo y la opresión.
Tal como la conocemos, la escena drag se remonta a finales del siglo XIX. A pesar de las leyes de aquel entonces contra la homosexualidad, ciudades como Berlín, Londres y Nueva York vieron a pioneros queer establecer bares clandestinos y cabarets salvajes. Estos personajes también lanzaron publicaciones, como es el caso de Der Eigene (El propio), la primera revista del mundo para homosexuales, publicada en Berlín entre 1896 y 1932.
En el Reino Unido, el yidis o judeoalemán, el thieves cant (argot de los ladrones), el cockney (hablado por las personas nacidas en el East End de Londres, tradicionalmente de clase obrera) y otros dialectos locales se fusionaron en el polari, un lenguaje secreto usado en la subcultura gay británica.
Al otro lado del charco comenzaba el Renacimiento de Harlem, y con este renacer del arte negro en el barrio neoyorquino de Harlem se originó también la cultura drag moderna. Los bailes de disfraces de travestismo alcanzaron una popularidad inigualable y avanzaron hacia el período conocido como pansy craze («locura mariquita») de las décadas de 1920 y 1930. El auge de esta escena clandestina de clubes dio lugar a una amplia gama de términos que todavía usamos hoy. Sin embargo, solo recientemente estas palabras pasaron a ser de uso común. No todas las personas de la comunidad LGBT+ se sienten cómodas con esta situación, lo cual no solo se debe a que los términos tengan sus raíces en movimientos clandestinos.
La popularidad de los términos de la jerga LGBT+ puede dar lugar a muchos malentendidos, ya que heterosexuales cis (de cisgénero, referido a las personas cuya identidad de género coincide con su fenotipo sexual) pueden usarla de forma completamente incorrecta. Es fácil que se use mal la palabra shade (crítica directa e insultante), por ejemplo, o también puede suceder alguien afirme estar coming out (saliendo del armario) como un nerd. En el mejor de los casos se trata de un error inocente ocasionado por cierta falta de sensibilidad; en el peor, es un uso deliberado de términos LGBT+ para burlarse de las personas queer. En otras ocasiones, el uso indebido de tales términos no es más que un motivo de vergüenza: pues la palabra usada no significa lo que se cree que significa.
Sin embargo, también lo contrario puede ser cierto. Cuando las personas heterosexuales usan la terminología correctamente y con buen humor, el resultado puede ser una fusión cultural muy divertida. Por ejemplo, una persona heterosexual que se describe a sí misma como pillow princess («princesa de almohada», expresión referida a la lesbiana que solo quiere ser receptora en la relación o en el acto sexual), o este brillante diálogo de la comedia de televisión Unbreakable Kimmy Schmidt.
Por desgracia, la opresión no es un problema del pasado. Las personas LGBT+ todavía enfrentan índices increíblemente altos de violencia, asesinatos, pobreza y falta de vivienda. Las discusiones sobre su jerga y la apropiación cultural de esta suelen llegar al mismo punto: mientras las personas LGBT+ sigan enfrentadas a la discriminación, el uso de su jerga es de mal gusto en el mejor de los casos y dañino en el peor. Sin embargo, ¿pueden las personas LGBT+ reclamar la autoría exclusiva de estos términos o solo fueron quienes primero se apropiaron de ellos?
La interseccionalidad es clave
No es una casualidad que la cultura drag comenzara en Harlem, un barrio de Nueva York que alberga una gran población afroamericana. El profesor de lingüística Rusty Barrett señaló en la revista Wired la conexión entre la comunidad drag y la comunidad negra de Nueva York: «En particular las mujeres afroamericanas simbolizaban una feminidad fuerte y los hombres homosexuales comenzaron a reivindicar la feminidad en una postura que se oponía a las ideas heterosexuales de masculinidad». Barrett explica que muchas formas del drag se originaron gracias a drag queens de color, por lo que no es de extrañar que este también sea el origen de gran parte de su jerga.
Entonces, ¿de qué jerga estamos hablando aquí exactamente? Según la revista Wired, términos como reading (criticar a alguien con ingenio y mordacidad) y spilling tea (cotillear) se remontan a las mujeres afroamericanas de la década de 1950. Por su parte, throwing shade (criticar) y voguing (forma de baile propia de la cultura LGBT+), términos básicos de la cultura drag, fueron presentados por primera vez al gran público en el documental Paris Is Burning, que exploró las fiestas de baile drag celebradas en el Nueva York de los años 80 —otra escena poblada por personas de color—. Cuando Madonna hizo famoso el voguing con su vídeo musical para Vogue, muchos la criticaron por sacar provecho de la cultura queer.
La interseccionalidad racial de la jerga queer ha llevado a un gran debate sobre quién puede reclamar realmente la autoría y los derechos sobre estas palabras. Si estos términos no se originaron únicamente en la comunidad LGBT+, ¿quién está autorizado para vigilar su uso? La discusión se torna especialmente tensa cuando tantos términos de la jerga LGBT+ se cruzan con el IAV (Inglés Afroestadounidense Vernáculo), que durante décadas se ha considerado como una fábrica de la cultura pop.
Máquina de la cultura pop
El IAV es el punto de origen de un sinnúmero de términos de jerga: salty (descortés, grosero), lit (fenomenal, lo más), turnt (excitado, ebrio, colocado), bae (pareja en la relación amorosa, de «baby» o «babe»), woke (estar despierto ante la injusticia social, el racismo y la exclusión)… Todas estas y muchas otras expresiones surgen del IAV. Basta con decir que la jerga del IAV es fuerte y difícil. Tan pronto una palabra o una frase se populariza, es absorbida por otras comunidades que despojarán los términos de su contexto y sus matices. Luego se creará una nueva jerga de la que otras personas volverán a apropiarse y que también será reemplazada, y así sucesivamente. Entonces, ¿qué tan aceptable es que las personas que no son de color usen estos términos?
Realmente se reduce a cómo y por qué se usen estas palabras. Hay una gran diferencia entre un uso ocasional, como llamar a tu pareja bae, y atiborrar tu discurso de términos de jerga hasta el punto de terminar hablando en clave secreta. Luego está la cuestión de la pronunciación. Después de todo, la jerga se crea a través del habla, lo cual significa que estas palabras a menudo tienen un acento particular. Entonces, si una persona es blanca y tiene un acento regional entrecortado, ¿realmente debería sustituir «that» por «dat»? He tenido más de una conversación con personas que al hablar parecen ponerse una máscara de rostro afroamericano… Pero espera, ¿esto es aplicable a memes como el de «dat boi»? La verdad es que «That boi» no suena bien.
Luego está la fuerza siniestra que acecha desde atrás. Gran parte de la difusión y popularidad de Inglés Afroestadounidense Vernáculo se puede atribuir al marketing corporativo. Años antes de que Twitter nos enseñara lo que significa estar woke, las empresas estaban desesperadas por tener una imagen de desenfado y un aire de complicidad con la generación joven, por lo que se unieron a las estrellas del hip-hop para llevar a cabo campañas que fueron muy exitosas. El auge de las redes sociales dio a las empresas un acceso directo a los dialectos que no habrían podido tener de otro modo. Ahora más que nunca las empresas quieren parecerse a nosotres, y ¿qué mejor manera de atraer a un grupo demográfico joven que hablar su idioma?
El punto es que el IAV, cuando lo usan personas afroamericanas, suele asociarse con aspectos «indeseables» de la sociedad como la pobreza, las drogas, la violencia y las pandillas. Pero cuando son las empresas o personas blancas quienes lo usan, se están beneficiando del potencial cool de la jerga sin devolver nada a la comunidad que la creó. ¡Vaya!
La fusión de dialectos es un proceso natural
Sin embargo, la lengua siempre refleja una mezcla de grupos sociales, y no es la primera vez que una comunidad marginada ve a su dialecto fusionarse con el mundo convencional. El yidis es un ejemplo perfecto de este fenómeno. Varios términos han pasado al uso común de otras lenguas. En el inglés lo muestran, entre otras, las siguientes palabras: «schmooze» (conversar), «chutzpah» (arrogancia extrema, persuasión) y «keeping schtum» (guardar silencio). Esto es algo que ya le ha sucedido incluso a otro de los idiomas gais: debido a que apareció en el programa de radio Round The Horne, muchas palabras del polari fueron absorbidas por la jerga británica moderna olvidando que en su origen eran parte del código secreto queer. Es el caso de «naff», que ahora significa «ordinario» o «de mal gusto», pero que originalmente era un acrónimo de «not available for fucking».
De hecho, la fusión de dialectos puede ser beneficiosa para los grupos marginados. El polari, hablado en el Reino Unido, le aportó al léxico queer internacional palabras como «butch» («marimacho») y «camp» (afectado, amanerado). Al bloquear el ingreso de la jerga en el uso común, inadvertidamente podemos causar daño a las personas que queremos proteger. Y, por supuesto, el propio polari fue una fusión de la lengua vernácula de otros grupos marginados.
Sin embargo, la jerga es solo el punto de partida. La apropiación cultural tiene lugar porque los que están en el poder quieren tratar como una mercancía a los grupos que ellos mismos han excluido. Al marginar a ciertos individuos, el grupo dominante también hace que parezcan diferentes y, por lo tanto, deseables. Así que después de todo quieren usar su jerga para parecer cool e invadir sus espacios. No obstante, no por ello desaparecen el racismo y la homofobia institucionalizados.
Meter la pata con palabras
En un mundo ideal, la fusión de grupos sociales y culturas conduciría a una mezcla orgánica de dialectos. El problema, como siempre, radica en la opresión. Las personas de color y las personas LGBT+ están marginadas: sus culturas se consideran poco profesionales, a menudo viven por debajo del umbral de la pobreza y son objeto de persecución. Es verdad que las palabras son solo palabras. Pero mientras las personas sigan siendo oprimidas por pertenecer a ciertos grupos, siempre tendrá un cariz siniestro el uso de su lengua vernácula por parte de los que están arriba (personas blancas, personas adineradas, corporaciones).
No es fácil responder a la pregunta de si es ético usar la jerga del IAV o la jerga LGBT+. La línea que separa las fusiones orgánicas de las lenguas y la apropiación cultural es muy delgada y está marcada por la opresión institucionalizada. El único consejo que puedo darte es que andes con cuidado, y si alguien te dice que has traspasado esa línea, escucha y da un paso atrás.
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