La así llamada “erosión lingüística” no es otra cosa que la pérdida de la lengua materna, un fenómeno poco conocido pero a la vez bastante común. Puede sucederle a aquellas personas que tienen poco o ningún contacto con su lengua de origen porque, por ejemplo, emigraron de muy jóvenes. Es un poco, lo que me está sucediendo a mí.
La fase de olvidar una lengua materna
Para analizar este argumento un poco más en profundidad, he partido de mi propia experiencia como expat, ya que vivo desde hace casi 10 años lejos de mi país de origen, Francia. A las personas que están desde hace tiempo inmersas en un ambiente extranjero les sucede muy a menudo la conocida sensación de “tener algo en la punta de la lengua”, esto es, una palabra que desaparece o que no logramos utilizar de manera apropiada o a tiempo. Es la impresión de no llegar a dominar esos conocimientos que creíamos que estaban completamente asentados en nuestro cerebro. A veces, también sentimos un poco de vergüenza con aquellos que no entienden cómo es posible que esto pueda suceder y que creen que estamos exagerando. Por eso me pregunté hace poco si, bajo determinadas circunstancias, es posible olvidarse de la lengua materna.
La experiencia linguistica de un novelista israelí
Aharon Appelfeld nació en 1932 en Rumanía, sus padres eran hebreos y hablaban alemán. Aharon creció con la lengua alemana, aunque sus abuelos hablaban yidis. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, él tenía apenas 8 años: en 1940 perdió a su madre y, al año siguiente, metieron a su padre en un campo de concentración del cual logró escapar en 1942. Aharon vivió como fugitivo hasta el 1946, cuando viajó clandestinamente a Palestina.
Durante esos seis años, Aharon no solo perdió a su familia, sino también su lengua materna. Y lo que aún es peor, en esa época no podía expresarse en ningún idioma. Según lo que él mismo contó: “En 1946, el año en el que llegué a Palestina, mi diario era un mosaico compuesto de palabras en alemán, yidis, hebreo y lengua rutena”. Utilizó ese diario para tomar nota de las palabras nuevas que iba aprendiendo y para plasmar su estado de ánimo.
El caso de Aharon Appelfeld es muy particular: un trauma psicológico en circunstancias extremas provocó la pérdida integral de la lengua materna en un individuo aislado. Esto ha representado la desaparición total de un elemento que constituía parte de su identidad. Puede que esto sea lo más inquietante (o por lo menos lo que más me inquieta a mí): ¿de verdad es posible olvidar el idioma en el que hemos nacido y crecido? Si esto nos parece imposible en condiciones normales, es solo porque estamos convencidos de que el idioma está profundamente afianzado en nuestra identidad. Es con este idioma con el que, de pequeños, dijimos las primeras palabras y exteriorizamos las primeras experiencias. Es siempre a través de este idioma que hemos construido nuestra propia visión del mundo subjetiva y personal.
¿Cómo me olvide mi lengua materna?
Cuando aprendemos una lengua extranjera a partir de los 6 o 7 años, o más en concreto en la adolescencia o edad adulta, tenemos que hacerlo a la fuerza a través de nuestra lengua materna (también llamada L1). Este es el sistema lingüístico que dominamos en la infancia, el intermediario necesario que nos permite “domar” una lengua extranjera y desconocida. De esta manera se transfiere el conocimiento: al principio, traducimos mentalmente las palabras y usamos las estructuras gramaticales que nos son familiares para enfrentarnos al nuevo reto lingüístico. Poco a poco el nuevo idioma se va metiendo en nuestra cabeza, se nos va abriendo el oído a los nuevos sonidos y conseguimos usarlo de manera más directa, sin tener que pasar por el otro idioma necesariamente. Es así como comenzamos a hablar con fluidez en la nueva lengua aprendida.
En el cerebro de un bilingüe (o un multilingüe) tardío, hay muchos sistemas lingüísticos interactuando a la vez. Esa “erosión lingüística” de la cual hablábamos antes sería, en otras palabras, como hablar bien dos idiomas y hacer que estos se enfrenten, ganando uno en detrimento del otro. Según la frecuencia con la que estos sistemas lingüísticos se activen, uno de los dos se convertirá en el dominante mientras que el otro se hundirá en la memoria, de manera que será más difícil para nuestro cerebro rescatarlo.
Durante los primeros meses en Alemania, casi no estuve rodeada de mis compatriotas y hablaba muy poco francés: la voluntad de convertirme en una persona autónoma en alemán me obligaba a inhibir poco a poco mi lengua materna y a dedicarle cada vez menos espacio.
Las palabras me empezaban a salir en alemán de manera natural y cada vez abusaba más del code switching (alternancia lingüística) que me hacía mezclar los dos idiomas en la misma frase, ya que a menudo me quedaba en blanco en un solo idioma. Me ha sucedido varias veces, por ejemplo, el decir convencida l’espoir meurt en dernier (la esperanza es lo último que muere) como la traducción literal del alemán (die Hoffnung stirbt zuletzt), en lugar de l’espoir fair vivre (la esperanza hace que vivamos). A veces incluso me cuesta pronunciar determinadas palabras o usar mi tono habitual, ya que pierdo la musicalidad de la lengua materna.
¿Qué es la erosión lingüística?
Al contrario de la afasia, la erosión lingüística no se trata de ninguna patología o daño cerebral sino de un hecho que ocurre de manera natural. Como ya hemos comentado, esto sucede si un idioma se impone sobre otro, haciendo que el segundo prácticamente desaparezca. Llegados a este punto cabe preguntar: ¿cómo se imprime en la memoria un idioma? Bueno, la memoria es una estructura muy complicada y aún no hay estudios que hayan conseguido demostrar la relación entre la frecuencia del uso de la L1 y su, así llamada, erosión. Parece ser que, al contrario de lo que podríamos pensar, la calidad del contacto con la lengua materna prevalecería sobre la cantidad, lo cual tendría sentido desde el punto de vista emocional.
El lenguaje, como medio de comunicación con las personas y con el mundo del cual nos rodeamos está vivo. Su asimilación en el cerebro no solo reside en la memoria, sino también en el sistema límbico (el lugar donde radican las emociones) y este juega un rol igualmente importante. La lengua tiene una fuerza emocional por lo que es normal que, en el momento en el que hablamos una segunda lengua por motivos que nos implican íntimamente (aprender un idioma por amor, por ejemplo, o para seguir nuestras raíces, como me ha sucedido a mí con el alemán), dicha lengua adquiera preeminencia en la jerarquía de idiomas de nuestro cerebro. Al contrario, si la pérdida de la lengua materna viene causada por un trauma psicológico, se vive como un desarraigo, ya que esta representa la desaparición de uno de los primeros legados heredados. Esa es la razón por la que Aharon Appelfeld la compara con una pérdida física, diciendo, “un hombre que pierde su lengua materna está enfermo de por vida”.